Marx de
fondo
Función inaugural: El hombre anfibio (Chelovek-Anfibiya,
Unión Soviética-1962) de Vladimir Cheblotaryoy y Gennadi Kazansky, c/Vladimir
Korenev, Anastasiya Vertinskaya, Mikhail Kozakov, Anatoliy Smiranin.
“En
el fondo del mar no hay ricos ni pobres”, le justifica ideológicamente el
Doctor Salvador al periodista Olsen, explicando su plan de crear una nueva
civilización submarina para eliminar la lucha de clases. “Una república de ahogados”,
le retruca Olsen tras escuchar el detalle de un proyecto tan ridículo. El plan
del Doctor Salvador se basa en la experiencia con su hijo Ictiandro que, como
su nombre etimológicamente lo adelanta, tiene un implante de branquias de
tiburón que lo convirtieron en el anfibio del título. Ese científico podría ser
el protagonista de un delirio de ciencia ficción de los 50 en EE.UU., pero es
su opuesto diametral en épocas de Guerra Fría: se trata de un excéntrico
personaje de una película de marxismo subacuático, tal vez única en su género.
Y aunque no se relacione directamente con el cine fantástico made in USA, no
tiene nada que envidiarle al ingenio estrafalario de la dirección de arte del
Hollywood clase A y/o B: hay ascensores esféricos, decorados geométricos de un
constructivismo de saldo, pasadizos secretos tras columnas y mapas gigantes,
grutas con estalactitas llenas de bijou.
Lo insuperable y lo
generoso de la película son las secuencias subacuáticas, en especial aquella que
retrata el hundimiento de la heroína, llamada Gutierre (sic), cuando es atacada
por un tiburón y salvada por Ictiandro. Si se piensa que el hombre anfibio es
un adelanto bolchevique de El hombre de
la Atlántida o una adaptación soviética de Aquaman, la realidad fílmica de
Cheblotaryoy & Kazansky supera en brillo a cualquier ficción marítima: el
traje de buzo de Ictiandro está cubierto de lentejuelas, igual que sus
antiparras, y esas falsas escamas resplandecientes parecen adelantar, en
vanguardismo sensual, a una versión submarina del Bowie de Ziggy Stardust con
el casco de El fantasma del Paraíso de
De Palma, especialmente porque además de anfibio, el actor que interpreta al
personajes tiene alto voltaje andrógino. Sí, se trata de marxismo ambiguo y glam
pasado por agua, un acuático festín de pop soviético, si es que eso existe.
Si todavía faltaba algo para agregarle excentricismo a la película, la acción transcurre en una escenificada ciudad latinoamericana, que vendría a ser ¡Buenos Aires!, por los carteles de neón nocturnos que fueron filmados por acá y anuncian marcas locales como la yerba “Nobleza Gaucha”, por poner un ejemplo. Y aunque el nombre de la ciudad no se lee nunca en los subtítulos de la copia de la Filmoteca, un blog informado sobre cine ruso confirma este dato, tal vez extraído de alguna sinopsis oficial (http://cinerusia.blogspot.com.ar/2011/12/el-hombre-anfibio.html). Obviamente, la ciudad de pescadores que la película pone en escena no se parece en nada a alguna costa bañada por el Río de la Plata o el Océano Atlántico, más bien es una estampa distorsionada de un pueblo mexicano, como una versión de ¡Qué viva México! de Eisenstein trastocada en álbum de figuritas por Cromy.
Gutierre:
Es un amor a primera vista
Ictiandro:¿Acaso
existe otra clase de amor?
Aunque el preciosismo
visual del sistema de color soviético condena a la película a una belleza
sostenida hasta casi empalagar, y seguro para lograr eso fueron necesarios no
uno sino dos directores, es casi imposible dejar de sentir un amor cinéfilo a
primera vista, sobre todo cuando Ictiandro se desliza bajo el agua (o incluso
cuando salta por el aire para atravesar una vidriera) con una gracia ondulante
como de sirena, que también parece tener como objetivo el desvío de cada
voyeur. Por eso es bueno advertir que El hombre anfibio tiene una alta
dosis de hipnótico delirio visual, un descontrol para los ojos, y hay que tener
cuidado de no quedar vizco al final de la película.
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