miércoles, 25 de julio de 2012

Cobertura BAZOFI d’hiver por Diego Trerotola

Marx de fondo

Función inaugural: El hombre anfibio (Chelovek-Anfibiya, Unión Soviética-1962) de Vladimir Cheblotaryoy y Gennadi Kazansky, c/Vladimir Korenev, Anastasiya Vertinskaya, Mikhail Kozakov, Anatoliy Smiranin.


En el fondo del mar no hay ricos ni pobres”, le justifica ideológicamente el Doctor Salvador al periodista Olsen, explicando su plan de crear una nueva civilización submarina para eliminar la lucha de clases. “Una república de ahogados”, le retruca Olsen tras escuchar el detalle de un proyecto tan ridículo. El plan del Doctor Salvador se basa en la experiencia con su hijo Ictiandro que, como su nombre etimológicamente lo adelanta, tiene un implante de branquias de tiburón que lo convirtieron en el anfibio del título. Ese científico podría ser el protagonista de un delirio de ciencia ficción de los 50 en EE.UU., pero es su opuesto diametral en épocas de Guerra Fría: se trata de un excéntrico personaje de una película de marxismo subacuático, tal vez única en su género. Y aunque no se relacione directamente con el cine fantástico made in USA, no tiene nada que envidiarle al ingenio estrafalario de la dirección de arte del Hollywood clase A y/o B: hay ascensores esféricos, decorados geométricos de un constructivismo de saldo, pasadizos secretos tras columnas y mapas gigantes, grutas con estalactitas llenas de bijou.

Lo insuperable y lo generoso de la película son las secuencias subacuáticas, en especial aquella que retrata el hundimiento de la heroína, llamada Gutierre (sic), cuando es atacada por un tiburón y salvada por Ictiandro. Si se piensa que el hombre anfibio es un adelanto bolchevique de El hombre de la Atlántida o una adaptación soviética de Aquaman, la realidad fílmica de Cheblotaryoy & Kazansky supera en brillo a cualquier ficción marítima: el traje de buzo de Ictiandro está cubierto de lentejuelas, igual que sus antiparras, y esas falsas escamas resplandecientes parecen adelantar, en vanguardismo sensual, a una versión submarina del Bowie de Ziggy Stardust con el casco de El fantasma del Paraíso de De Palma, especialmente porque además de anfibio, el actor que interpreta al personajes tiene alto voltaje andrógino. Sí, se trata de marxismo ambiguo y glam pasado por agua, un acuático festín de pop soviético, si es que eso existe.

Si todavía faltaba algo para agregarle excentricismo a la película, la acción transcurre en una escenificada ciudad latinoamericana, que vendría a ser ¡Buenos Aires!, por los carteles de neón nocturnos que fueron filmados por acá y anuncian marcas locales como la yerba “Nobleza Gaucha”, por poner un ejemplo. Y aunque el nombre de la ciudad no se lee nunca en los subtítulos de la copia de la Filmoteca, un blog informado sobre cine ruso confirma este dato, tal vez extraído de alguna sinopsis oficial (http://cinerusia.blogspot.com.ar/2011/12/el-hombre-anfibio.html). Obviamente, la ciudad de pescadores que la película pone en escena no se parece en nada a alguna costa bañada por el Río de la Plata o el Océano Atlántico, más bien es una estampa distorsionada de un pueblo mexicano, como una versión de ¡Qué viva México! de Eisenstein trastocada en álbum de figuritas por Cromy.

La trama tiene algo de cine fantástico y de aventuras, a veces amaga con ser una de piratas, pero finalmente se desvía para el lado del melodrama cándido donde Pedro Zurita, ricachón medio pirata, intenta cazar al joven anfibio, mediomundo mediante, para obligarlo a encontrar las perlas del fondo del mar que le permitirán engrosar su fortuna. Zurita y Ictiandro también se enfrenten por el amor de Gutierre. Entre situaciones ajustadas de folletín y primeros planos congelados en la elocuencia del gesto sufriente, también hay lugar para la diáfana sabiduría del diálogo:
Gutierre: Es un amor a primera vista
Ictiandro:¿Acaso existe otra clase de amor?

Aunque el preciosismo visual del sistema de color soviético condena a la película a una belleza sostenida hasta casi empalagar, y seguro para lograr eso fueron necesarios no uno sino dos directores, es casi imposible dejar de sentir un amor cinéfilo a primera vista, sobre todo cuando Ictiandro se desliza bajo el agua (o incluso cuando salta por el aire para atravesar una vidriera) con una gracia ondulante como de sirena, que también parece tener como objetivo el desvío de cada voyeur. Por eso es bueno advertir que El hombre anfibio tiene una alta dosis de hipnótico delirio visual, un descontrol para los ojos, y hay que tener cuidado de no quedar vizco al final de la película.









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